martes, 8 de junio de 2010

Una Invitacion al vuelo:
Milenio va, milenio viene, la ocasión es propicia para que los oradores de
inflamada verba peroren sobre el destino de la humanidad, y para que los
voceros de la ira de Dios anuncien el fin del mundo y la reventazón general,
mientras el tiempo continúa, calladito la boca, su caminata a lo largo de la
eternidad y del misterio.

La verdad sea dicha, no hay quien resista: en una fecha así, por arbitraria
que sea, cualquiera siente la tentación de preguntarse cómo será el tiempo
que será. Y vaya uno a saber cómo será. Tenemos una única certeza: en el
siglo veintiuno, si todavía estamos aquí, todos nosotros seremos gente del
siglo pasado y, peor todavía, seremos gente del pasado milenio.

Aunque no podemos adivinar el tiempo que será, sí que tenemos, al menos, el
derecho de imaginar el que queremos que sea. En 1948 y en 1976, las Naciones
Unidas proclamaron extensas listas de derechos humanos; pero la inmensa
mayoría de la humanidad no tiene más que el derecho de ver, oír y callar.
¿Qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho de soñar? ¿Qué
tal si deliramos, por un ratito? Vamos a clavar los ojos más allá de la
infamia, para adivinar otro mundo posible:

el aire estará limpio de todo veneno que no venga de los miedos humanos y de
las humanas pasiones;

en las calles, los automóviles serán aplastados por los perros;

la gente no será manejada por el automóvil, ni será programada por la
computadora, ni será comprada por el supermercado, ni será mirada por el
televisor;

el televisor dejará de ser el miembro más importante de la familia, y será
tratado como la plancha o el lavarropas;

la gente trabajará para vivir, en lugar de vivir para trabajar;

se incorporará a los códigos penales el delito de estupidez, que cometen
quienes viven por tener o por ganar, en vez de vivir por vivir nomás, como
canta el pájaro sin saber que canta y como juega el niño sin saber que
juega;

en ningún país irán presos los muchachos que se nieguen a cumplir el
servicio militar, sino los que quieran cumplirlo;

los economistas no llamarán nivel de vida al nivel de consumo, ni llamarán
calidad de vida a la cantidad de cosas;

los cocineros no creerán que a las langostas les encanta que las hiervan
vivas;

los historiadores no creerán que a los países les encanta ser invadidos;

los políticos no creerán que a los pobres les encanta comer promesas;

la solemnidad se dejará de creer que es una virtud, y nadie tomará en serio
a nadie que no sea capaz de tomarse el pelo;

la muerte y el dinero perderán sus mágicos poderes, y ni por defunción ni
por fortuna se convertirá el canalla en virtuoso caballero;

nadie será considerado héroe ni tonto por hacer lo que cree justo en lugar
de hacer lo que más le conviene;

el mundo ya no estará en guerra contra los pobres, sino contra la pobreza, y
la industria militar no tendrá más remedio que declararse en quiebra;

la comida no será una mercancía, ni la comunicación un negocio, porque la
comida y la comunicación son derechos humanos;

nadie morirá de hambre, porque nadie morirá de indigestión;

los niños de la calle no serán tratados como si fueran basura, porque no
habrá niños de la calle;

los niños ricos no serán tratados como si fueran dinero, porque no habrá
niños ricos;

la educación no será el privilegio de quienes puedan pagarla;

la policía no será la maldición de quienes no puedan comprarla;

la justicia y la libertad, hermanas siamesas condenadas a vivir separadas,
volverán a juntarse, bien pegaditas, espalda contra espalda;

una mujer, negra, será presidenta de Brasil y otra mujer, negra, será presidenta de los Estados Unidos de América; una mujer india gobernará Guatemala y
otra, Perú;

en Argentina, las locas de Plaza de Mayo serán un ejemplo de salud mental,
porque ellas se negaron a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria;

la Santa Madre Iglesia corregirá las erratas de las tablas de Moisés, y el
sexto mandamiento ordenará festejar el cuerpo;

la Iglesia también dictará otro mandamiento, que se le había olvidado a
Dios: «Amarás a la naturaleza, de la que formas parte»;

serán reforestados los desiertos del mundo y los desiertos del alma;

los desesperados serán esperados y los perdidos serán encontrados, porque
ellos son los que se desesperaron de tanto esperar y los que se perdieron de
tanto buscar;

seremos compatriotas y contemporáneos de todos los que tengan voluntad de
justicia y voluntad de belleza, hayan nacido donde hayan nacido y hayan
vivido cuando hayan vivido, sin que importen ni un poquito las fronteras del
mapa o del tiempo;

la perfección seguirá siendo el aburrido privilegio de los dioses; pero en
este mundo chambón y jodido, cada noche será vivida como si fuera la última
y cada día como si fuera el primero.


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